Hace algún tiempo, el Diario La República publicó un artículo de Frederick Cooper, conocido arquitecto y crítico de arquitectura y urbanismo, sobre el concepto de zonificación y su uso en el ordenamiento de las ciudades.

Por Ernesto Mavila. 04 julio, 2013.

Hace algún tiempo, el Diario La República publicó un artículo de Frederick Cooper, conocido arquitecto y crítico de arquitectura y urbanismo, sobre el concepto de zonificación y su uso en el ordenamiento de las ciudades. El artículo explica con mucha claridad lo que está pasando actualmente con el manejo de las ciudades a raíz de un mal entendido uso de la zonificación como herramienta de planificación urbana.

La zonificación, es, como su nombre indica, la organización de la ciudad por zonas. Las zonas vienen a ser ciertas áreas de terreno urbano donde la población vive y funciona de diversos modos, más o menos previstos por los urbanistas. El conjunto de estas zonas y sus relaciones entre sí, componen la ciudad y son expresión del total de la vida urbana.

La sencillez de estos razonamientos, sin embargo, encierran una gran complejidad de situaciones que deben manejar los responsables del ordenamiento urbano.  El total de la vida urbana, por ejemplo, no es más que una conceptualización de la realidad social que nunca tendremos ocasión de observar completamente, y que, sin embargo, tenemos necesidad de imaginar para comprender el hecho urbano y su dinámica. La ciudad, es el resultado del accionar de muchísimas personas que intentan acondicionar un determinado espacio a su modo particular de vida y el de su familia, dentro de un territorio compartido. Y que esperan – ¡necesitan! – reglas claras de juego de parte de la autoridad municipal constituida. No se puede, pues, reducir el manejo de la ciudad a la pura aplicación de legislaciones públicas ambiguas que no ordenan nada y no se corresponden con la compleja realidad social.

Lo que viene a decir Cooper, es que el concepto de zonificación que se usa actualmente es consecuencia del pensamiento racionalista de hace casi un siglo, que llevado al campo de la arquitectura y el urbanismo se convierte en  funcionalismo, que rechaza lo ornamental como superfluo y reduce el ordenamiento urbano a un manejo abstracto y lógico de variables estrictamente útiles. Pensando, además, que el resultado debería ser –necesariamente– entornos físicos confortables y armoniosos; es decir una nueva estética urbana.

Pero lo más grave de esto es que, por esa mentalidad, se termina por excluir del uso de la zonificación a la realidad arquitectónica; es decir, cuentan más desde entonces  “consideraciones estadísticas, criterios falsamente democráticos, o preceptos reglamentarios ajenos a la realidad visual de las calles, plazas o parques que siempre será inevitablemente consecuencia de las arquitecturas que se alcen en torno a ellos”.

Hemos de entender, además, que al no intervenir la realidad arquitectónica para el manejo de la zonificación  –contagiada de mentalidad burocrática–, terminamos por desconocer los legítimos modos de ser y de vivir a los que esta se debe. No es posible, pues, que la autoridad municipal no  garantice a los diversos grupos de vecinos, las mismas condiciones de habitabilidad en las que decidieron vivir, con mucha anticipación y esfuerzo, so pretexto de desarrollo urbano. Cuando es evidente, más bien, la falta de planeamiento integral, el desconocimiento de la realidad social, su no inclusión en la toma de decisiones y el descontrol urbano.

Dice Cooper: “Siendo una ciudad un organismo vivo y con memoria, su inevitable evolución, renovación o crecimiento demanda inexorablemente un manejo realista de su conformación, una estrategia que, confiada consciente y selectivamente a planificadores ilustrados y versados en los requerimientos de sus vecinos o habitantes, y en base a estrategias definidas que encaucen su evolución futura, formule pautas visualmente sustentadas que se traduzcan en entornos gratificantes y efectivamente útiles”.

Finalmente añade: “La zonificación no es, en tal sentido, sino un subterfugio para admitir a la mediocridad y la ceguera como instancias definitorias de la formalidad urbana”.

Seguramente, que algo de lo que explica Cooper está pasando en nuestra ciudad, cuando con relativa frecuencia grupos de vecinos se sienten defraudados por la Municipalidad, cuando sin ser consultados, ni por razones claras, se cambian en sus urbanizaciones la zonificación y los usos compatibles.

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